Urbanización y corrupción

Si Pujol y el nefasto Tribunal Constitucional no se hubieran cargado el proyecto de Ley del Suelo de Aznar que, si no recuerdo mal, presentó a finales del 96 o comienzos del 97 el entonces diputado Guillermo Gortázar, el PP hubiera podido despedir a Bárcenas y, a cambio de liquidar o limitar los sobresueldos, no estaría hoy abrumado por el escándalo. Porque si la corrupción generalizada de los partidos políticos tiene su base en «el ladrillo», es decir, en el sector de la construcción, no hay que olvidar que para construir primero hay que urbanizar, y que es ahí, en la urbanización, donde nace la corrupción generalizada. Porque son los ayuntamientos, con el visto bueno de las autonomías, los que deciden la cantidad y calidad del suelo urbanizable o, lo que es lo mismo, la cantidad de dinero que, jugando con su rentabilidad, pueden pedir a los constructores. En blanco o legal y en negro o ilegal. Se dice que si los ayuntamientos no tuvieran el poder de decidir dónde, cuánto y cómo se urbaniza, no tendrían ingresos. Pero los que perderían la fuente de su fortuna serían los raboalcaldes y roboediles, esos partiditos o partidas indígenas que nacen para alcanzar la concejalía de Urbanismo y disfrutar en Suiza sus dividendos como bisagra municipal.

Este martes, la Comisión Nacional de la Competencia publicó un informe durísimo sobre la urbanización del suelo en España, manantial de atropellos éticos y estéticos, amén de causa esencial de que el suelo en España, y en consecuencia las viviendas, sean tan caras. Y –no lo dice el informe pero está en los juzgados– razón de que constructores y políticos se hayan hecho de oro gracias al poder urbanizador que la ley –de origen franquista– les concede. Lo que propone la CNC es lo que proponía el PP cuando era liberal: que todo el suelo nacional sea urbanizable excepto los lugares protegidos por razones ecológicas o ambientales. O sea, al revés que ahora, cuando la rapacidad política es la que dicta arbitrariamente las zonas urbanizables. España mejoraría mucho si no viéramos en las afueras de cualquier población esas horrendas urbanizaciones de siete alturas que cobijan y apretujan miles de viviendas carísimas, mientras a su alrededor se extiende la estepa yerma, vacía, barata; y por barata, incorruptible.